Hoy como cada día me miro en el espejo pero no he notado nada nuevo, mi mismo reflejo y a grandes rasgos un atisbo de que me hago viejo. Busco y rebusco algún destello de luz perdida en mis gestos que delate el secreto del alma escondida en el cuerpo. Hay que buscar despacio y atento los gestos por los que se asoma, los labios, la forma de la boca, las arrugas de mi frente por las que pasan las horas y a veces aparece, solo a veces, cuando le parece que no miro me lanza algún guiño, pero yo siempre observo y lo veo, quiero verlo y entonces entiendo que el cuerpo guarda algo dentro como si fuese un misterio.
Me miro y pienso porque se esconde tanto y me parece un absurdo que permanezca oculto si es lo que nos hace únicos, que los cuerpos se parecen mucho, los gestos, los movimientos, esos atisbos de luz cegada, son lo que nos distinguen.
En días como este siento como todo carece de sentido y todo para mí es un sin sentido cómo que mi cuerpo pueda encerrar lo que yo quiero enseñar y aunque lo encierre es el único medio que tiene para lanzar sus destellos como un faro en la oscuridad, y que llegue a algún barco perdido en la inmensidad. Me visto, me arreglo y salgo…
Salgo otra noche, cansado como siempre, hundido hasta el cuello en la furia de no reconocerme. Es como un baile de disfraces, todos usamos máscaras y aunque no me guste y me guste, mi máscara tiene aire a mí, un huracán de mí…
Es ese «mi» lo que me guía y me hace diferente al resto de la gente mi sello, mi espíritu, mi inquietud de siempre. Pero buscar otro «mí» es muy dificil en noches como ésta porque no sabes dónde buscarlo y el encontrarlo te parece un imposible. Revisas rostros y matices pero no sé que reviso y con el tiempo me doy por perdido y dejo de querer encontrar, aunque deje abierta una rendija por si alguien se quiere colar.
Pasan minutos, horas y son los segundos los que lo cambian todo, pero siempre tardan mucho en llegar y esta noche será muchas de esas horas más. Y me refugio en la bebida y en la mirada perdida del que no sabe dónde mirar, ni aún ebrio me siento en mi mundo, sigo en este suelo gris, pisando en vez de andar volando en el cielo.
Cuesta tanto entrever el alma entretejida en el cuerpo, tam adentro, que a veces, me da vértigo mirar, pero no la encuentro, no me prestan la llave que abre el tesoro de su mirar…
Luces, otra discoteca más y ella se pone a hablar, del tiempo, de la vida en la ciudad, de cuatro cosas y de ninguna más. Y yo la miro a sus ojos y los encuentro como idos. Intenta bailar conmigo y me hago el despistado, de reojo a sus ojos, y siguen oscurecidos ninguna luz como objetivo en este mar de ruidos.
Miro a otro lado y busco otros ojos algo más bonitos, algo más profundos, que tengan más reflejos del alma y que sueñen en otro mundo. Y ella intenta bailar conmigo pero aunque quiero verla no me deja y me dejo ir como perdido y bailo como se hacen las cosas que no tienen mucho sentido, solo bailo pero no caigo en el juego del cuerpo sin motivos.
Quizá busque y espere demasiado, pero me enseñaron a buscar misterios como objetivo, a amar y buscar almas, de eso, siempre he sabido que era lo único importante, lo que en el fondo mueve la rueda del mundo o de al menos el mío. Solo busco a alguien parecida a «mí», que tenga su propio «mí», a alguien que traiga la calma a mi alma cansada. La casualidad, supongo, la traerá de su mano y en mi mano la dejará, al final, uno siempre se cansa de buscar.
Cuando no puedo mostrar mi alma en mis gestos, cuando éstos no son suficientes, algunas ideas se escapan, caen hasta mis dedos y dejan huella en el papel, tantas huellas, tantos papeles, tantas curvas de mi alma en tantas letras, tantos versos…