Te preguntarás el porqué de esta carta. Yo también lo hago… No sé si recordarás otra carta que escribí hace tiempo ya, cuando aún estábamos en clase. Como tú la definiste era mi vida sentimental en tres hojas de libreta pequeña… Sin embargo no estaba completa aún, faltaba la última historia, el último sueño imposible, el último año.
No debes culparme por albergar estos sentimientos hacia ti, créeme yo no pedí que sucediera esto, simplemente ocurrió. Tampoco debes culparte a ti por producir esos sentimientos en mi. Si hay que culpar a alguien que sea al destino. Cuando me di cuenta de lo que sentía hacia ti, intenté odiarte, el odio es la mejor terapia para el olvido… Pero sabes, al final el odio resulta demasiado aburrido y además no se lo cree nadie. Lo he intentado todo pero no he conseguido olvidarte. Si lo sabes, explícame tú como puedes engañar al alma, como conseguir no amar. Sé que lo nuestro es imposible y no voy a intentar nada sin saber lo que tu sientes. Sé que si no lo sabías sospechabas al menos que me gustabas. Lo único que me queda es intentar convivir con este fuego intenso, buscar algo que lo apague o encontrar otra llama que prenda en mí. Casi siempre los vientos del destino soplan cuando menos los esperamos. A veces son simples brisas que acarician nuestra piel, pero otras son vientos huracanados que nos arrastran a su paso. Uno de esos vientos huracanados me llevó hasta ti y no me permitió escapar, ese mismo viento extendía tu fuego en mi interior.
Pensarás que soy un cobarde por no decirte todo esto a la cara, y quizás tengas razón y lo sea. Pero de esta forma es más fácil para los dos. Además a la cara no te hubiera dicho todas estas cosas. Sé que pronto nos separaremos y no nos veremos en bastante tiempo, los dos seguiremos perdidos en esta ciudad imparable, frenética, buscando quién sabe qué. Sólo te pido que sigas siendo mi amiga y no me culpes por lo que siento. Te quiero. Hasta siempre.