Escupir

Estoy en un puente, un puente sobre el río. Me resulta familiar pero no sé ni dónde ni cuando lo he visto antes. Estoy mirando el agua, allí abajo, debe haber una caída como de unos 5 metros. A las dos orillas del ancho río se levanta un bosque muy vivo, verde. Las ramas de los árboles se agitan con el viento meciéndose al ritmo de la suave brisa.

Allí parado mirando el agua, el bosque y la puesta de sol me recreo en mi soledad y en lo bucólico del paisaje. Involuntariamente, mientras miro el agua, empiezo a escupir hacia el río, cada vez más lejos. Con cada escupitajo mi saliva sale en muchas direcciones y apenas alcanza una buena distancia. De repente y mientras sigo escupiendo, noto un sutil cambio en mi entorno, es como en una de esas veces en la que tienes la sensación de que hay alguien espiándote. Rápidamente miro hacia atrás y allí esta.

A primera vista lo único que puedo observar es que es una chica delgada y no muy alta (asombroso descubrimiento por mi parte), ¿qué por que lo se? Es fácil: tiene curvas. Está de espaldas a mi en la otra barandilla del puente, mirando hacia la otra parte del río y sin embargo hace unos segundos hubiera jurado que no estaba allí. Lo primero que me asombra es su pelo. En su posición, dándome la espalda, puedo observarlo en toda su belleza, le cae sobre los hombros en una lisa cascada que muere a escasos centímetros del final de su espalda y del comienzo de su estrecha cinturita, que por cierto invita a mis manos a tocarla, pero lo realmente asombroso es el color. Es gris, plateado, a medias entre un negro azulado y un gris claro. Es un tinte pienso mientras sigo observando su silueta. Viste una larga falda que le llega hasta los tobillos de color oscuro, quizá marrón, pero que con el viento que cada vez sopla más fuerte, se le pega a las piernas que bajo la falda se adivinan preciosas. Lleva un jersey blanco de tirantes y sobre los desnudos hombros un chal, con uno de sus extremos ondeando en el aire.

Sin previo aviso se vuelve hacia mí, diría que ha sentido la misma sensación de ser observada que sentí yo, y sin embargo creo que me ha dado tiempo para que siguiera espiándola al reaccionar más tarde. Noto como casi toda la sangre de mi cuerpo va a parar a mis mejillas, me siento avergonzado de espiarla pero sin saber como tengo la certeza de que eso era lo que ella quería. Cuando la miro a la cara me olvido de todo lo demás: de la vergüenza, de haberla espiado, del viento, del río… de todo. Sus ojos son grandes pero no demasiado de color muy claro, tremendamente claro, entre celestes y grises. Su nariz es es siplemente perfecta y sus labios rosados y gruesos me llaman a sus besos. La cara es redonda y sus orejas muy pequeñitas y graciosas, todo su rostro tiene un aire divertido y juguetón, infantil. Dos mechones plateados se lo enmarcan como un cuadro digno de los mejores pintores.

Al ver la manera en que la miro sus mejillas se tiñen de rojo y entornando los parpados y con una voz dulce y cantarina de tono un pelín agudo, pronuncia un tímido «Hola». Su voz me saca de mi mundo o el suyo, quién sabe, y respondó con otro «hola» que suena demasiado fuerte.

-Creí que estaba sola.
-Yo también.-dije yo mientras en su cara se dibujaba una sonrisa.
-¿También creías que yo estaba sola?- pregunta alegremente con una sonrisa que le ilumina el rostro.
-No… Es- es-to pensaba que YO estaba solo, es decir que tu no estabas… Ya sabes yo sólo en el puente, nadie más…
Me mira divertida y entre risas, mientras me dice que ya sabía lo que quería decir. Un silencio nos separa unos segundos, me mira directamente a los ojos, es la primera chica que lo hace tan… tan bonito.
-Al parecer los dos creíamos que estábamos sólos, pero no es así.- en un paso intento romper el silencio.
-Me gusta la soledad- responde ella y en un instante se torna melancólica, pero su expresión desaparece tan rápido como surge.
-De este lado de aqui- señalo la barandilla -se ve mejor la puesta de sol y el río.
Me mira y se acerca hasta apoyarse en la barandilla con los ojos en el horizonte.
-Es verdad. Parece que vienes mucho por aquí.
-Sólo a veces- contesto.
-Yo también.
-Entonces es raro que no nos hayamos visto antes.
Me mira y dice:
-Nos estamos viendo ahora…
Rio y me presento, acepta sonriendo mi mano.
-Yo soy Léa.
-Bonito nombre.
-Gracias.
-¿De dónde es?
-Francés.
-¿Eres francesa?- le pregunto.
-Sólo en parte.
-Ahh… Vale. ¿Y la otra parte de dónde es?
Sonríe juguetona.
-De todas partes, no se muy bien de donde.
Pienso tres cosas, o lo ha dicho para hacerse la interesante, o ha viajado mucho, o no conoce a su padre, una de las tres. Disfruto del silencio en su compañia mientras pienso en varias cosas, y sin darme cuenta empiezo a escupir de nuevo al agua.

-Escupes muy mal sabes- me dice riéndose.
-Mmmm y tú lo haces mejor no es así- le sigo el juego.
-Puede… ¿quieres que te enseñe?
-Las chicas no soleis escupir bien y no es ser machista ni nada, pero os dan asco esas cosas.
-Precisamente porque somos chicas- me aclara -sabemos escupir mejor que los hombres, ya sabes es una de las tres armas de defensa de las mujeres.
-Ya ya… Lo que tu digas ¿y cuales son esas «armas de mujer»? jajajaja.
-Pues arañar, tirar de los pelos y escupir a la cara- al terminar estalla en carcajadas.
Su risa es tan sincera y contagiosa que me hace reir a mi también y los dos reimos juntos por un rato.
-Demuéstramelo- le digo de repente.
-Mira y aprende.
Se coge con las dos manos a la barandilla mientras echa el cuerpo hacia atrás. Ggggrrrrr suena en su garganta mientras concentra la saliva en su boca y cuando el ruido cesa con un impulso de sus brazos se echa sobre la barandilla mientras escupe. Su escupitajo llega asombrosamente lejos dejándome boquiabierto. Una sonrisa triunfante baila en sus labios.
-Ves.
-Enséñame- le miro muy serio con los ojos muy abiertos.
Ella rie con ganas al ver mi expresión, cuando termina mira el sol que ya casi se ha ocultado en el horizonte.
-Lo siento, se ha hecho tarde y tengo que irme.- No lo dice con tristeza lo que me hace pensar que quizá otro día pueda enseñarme, de verdad quiero escupir bien.
-Yaaa… vaya.- La desilusión que no logro ocultar me baña el rostro.
Me mira con un atisbo de tristeza, quién sabe si será fingida o real.
-Ha sido un placer.
-¿Volveremos a vernos?- pregunto esperanzado.
-Tal vez.- responde enigmática.
Nos despedimos, esta vez con dos besos, y mientras se aleja del puente me dice adiós con la mano.

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