Escrito matricial: Capítulo 1 «La posada»

Capítulo 1 «La posada»

Sheyla se hallaba en la cocina, lavando los platos. La blanca espuma resbalaba por sus delicados brazos, era una hermosa joven, se lo decían continuamente y ella estaba orgullosa de ello y sabía utilizar su hermosura cuando, trabajaba como camarera en la parte delantera de la posada. Vermuith, el dueño de la posada se hallaba contento con ella era una de las jóvenes más preciosas de toda la ciudad de Nylo y una de sus mejores adquisiciones. La compró cuando era muy pequeña con tan sólo cinco años. Ella era huérfana por lo que se había encariñado con Vermuith y él era como un padre para Sheyla.

Sheyla pensaba mientras lavaba los sucios platos. La posada estaba situada en el viejo camino de Gwynned hacia Nylo, en la isla del Ergoth del Norte. La posada era un alto en el camino para todos los viajeros que se dirigían al famoso mercado de Nylo. Situada en las afueras de ésta ciudad, la posada era un viejo caserón que había pertenecido a una de las famosas familias fundadoras de la ciudad. Ahora no se encontraba en su mejor estado. El ala este de la mansión estaba totalmente derruido y en su lugar sólo había un montón de escombros. Aún así la posada era un lugar acogedor para los cansados viajeros que en ella se paraban para hacer un alto en su ajetreado viaje. Casi todos los viajeros eran mercaderes y comerciantes que se dirigían para vender sus mercancías en el mercado de Nylo.

La posada que se llamaba «El pájaro azul» conservaba aún el destartalado cartel que años atrás había colocado Démer, el padre de Vermuith, en la entrada de la antigua mansión. En el cartel podía observarse un grandioso pájaro azul, con las alas desplegadas en posición de vuelo y bajo él con grandes letras del mismos color el nombre de la posada.

La posada en sí estaba situada en el ala oeste de la vieja mansión, ocupando la totalidad de las habitaciones disponibles en buen estado. La totalidad de la planta baja estaba destinada a la sala principal de la posada, y que era naturalmente donde se encontraban la barra y las mesas, lugares predilectos de los cansados viajeros que pretendían refrescar su seca garganta. La sala estaba vagamente decorada, sólo cubrían las paredes unos viejos tapices descoloridos por el tiempo y que evocaban en su mayoría a los tiempos felices que se vivieron con anterioridad al Cataclismo. Estos viejos tapices fueron encontrados decorando lo que antaño debió ser un gran salón, atestado siempre de gente importante cavilando sobre la prosperidad actual de Nylo y el futuro de tan antigua ciudad.

La chimenea se hallaba en frente de la barra y a la derecha de la puerta principal, ésta vieja y semipodrida se encontraba infectada de termitas ya que no había sido arreglada desde la construcción de la posada. Antiguamente, la puerta que ahora permitía la entrada a la posada había sido la puerta principal de la mansión, lo que también explicaba su estado actual ya que no había sido cambiada en cientos de años.

La pared que se encontraba detrás de la barra era quizás la más atestada de estanterías de toda la posada. En ella se exhibían numerosas botellas de distintas formas y tamaños, cuyos contenidos iban desde el aguardiante enanil hasta los más extraños y preciados licores de todo el continente de Ansalon.

En el centro de tan atestada pared, Vermuith había colocado su gran hacha de doble filo que después de haber pertenecido a su abuelo, a su padre y él: y después de haber sido útil en tantos y tantos combates durante la juventud de las tres generaciones había sido colocada ahí por Vermuith al no tener hijos varones a los que haber enseñado el manejo de ésta.

Sólo a una persona no perteneciente a su familia se le había concedido el honor de empuñar tal arma, y ésta era Sheyla.

Sheyla había sido comprada como esclava, pero pronto se ganó un sitio en el corazón del viejo Vermuith, y a partir de entonces fue tratada por éste, como la hija que nunca tuvo.

Vermuith había enseñado a Sheyla el manejo de diferentes armas entre las que se encontraba el ancestral hacha. La muchacha había dejado sorprendido al viejo de Vermuith al demostrar desde su más corta infancia sus dotes innatas para la lucha, y un valor y una seguridad, que ya hubieran deseado algunos de los guerreros que Vermuith veía sentados en las mesas o en la barra con una botella de aguardiante enanil en la mano que antes empuñara una gran espada.

Vermuith era ya viejo, sus huesos se quejaban cada vez con mayor frecuencia de todas las aventuras que antaño había vivido. Últimamente los dolores de su espalda y huesos eran cada vez más intensos por lo que había mantenido ya largas conversaciones con Sheyla sobre el futuro de ésta y de la posada.

Sheyla era la camarera preferida por Vermuith, pero no era la única con la que él contaba para atender a la clientela. Sheyla se hallaba rodeada por cuatro bellas mujeres, aunque su belleza se destacaba por encima de las demás. Ella había travado más amistad con una joven elfa que contaba con sesenta y ocho años de edad, comparable a los diecisiete humanos. Se llamaba Yna y compartía el cuarto y los juegos con Sheyla que sólo era dos años mayor que ella.

El motivo por el que hoy Sheyla se encontraba en la cocina, situada detrás de la barra, y no afuera como camarera (su habitual puesto) es que Yna su inseparable amiga y compañera había caído enferma, y estaba en la cama guardando reposo.

Por ese motivo no vió a los extraños seres envueltos por túnicas moradas que habían entrado en la posada. Eran cinco, todos con los rostros ocultos bajo capuchas del mismo color. El que parecía ser el jefe se acercó a la barra, mientras sus compañeros se sentaban en una mesa situada cerca de la entrada, y se dirigía con estas palabras a Vermuith:

– ¿Se puede encontrar comida y cobijo en esta posada, para estos cinco honrados viajeros? – preguntó el extraño ser en el idioma común pero con un raro acento.

– Siempre y cuando, como decís, vuestras intenciones sean honradas – respondió Vermuith un tanto receloso.

– Podeis estar seguro de que nuestras intenciones son honradas- añadió el ser de la túnica morada que en ningún momento se sacó la capucha de la cabeza.

– En ese caso, aquí encontrareis buena comida y bebida y un acogedor aposento para descansar.

– Me alegro – respondió el ser – yo y mis hombres estamos bastante cansados, hay un buen trecho desde Gwynned y no hemos descansado mucho desde que ayer salimos de la isla de Sancrist  – continuó el ser con un tono de simpatía en su voz – ponganos cerveza y buena comida, estamos hambrientos.

Vermuith dedicó una mirada a los acompañantes del ser, ahora ya no los veía con desconfianza sino como a cualquier otro cliente, es más se alegró ya que eran los primeros clientes que pasaban hoy por la posada, aunque era ya más de mediodía.

– Se lo pondré en seguida – terminó diciendo mientras veía como el ser con el que había hablado se alejaba de la barra y con paso seguro volvía con sus compañeros.

Vermuith dejó la barra y con paso ligero se adentró en la cocina.

– ¡Sheyla!, prepara el plato especial tenemos clientes – dijo Vermuith con tono alegre mientras se dirigía al pozo situado en el patio, para sacar agua.

Sheyla le dedicó una sonrisa y se puso manos a la obra. Vermuith llamó a Elene que estaba limpiando los aposentos, y le ordenó que bajara a servir, acto seguido se fue a la barra mientras arriba oía la voz de Elene anunciando que bajaba inmediatamente.

Arriba , Elene dejó lo que estaba haciendo y le dijo a Tyna que siguiera con su tarea, bajo las escaleras,  cruzó el patio, entró en la cocina saludó a Sheyla y se fue hacia la barra. Allí encontró a Vermuith llenando las jarras con cerveza y lo saludó:

– Por fin llegan los primeros clientes de hoy, ¡eh! Vermuith.

– Sí… echales un vistazo, no los encuentras un poco raros. – murmuró Vermuith todavía con aire de desconfianza.

Elene espió a los cinco clientes de túnica morada, estaban hablando animadamente, Elene agudizó el oído y captó algunas palabras al aire, pero no las comprendió ya que los seres estaban hablando en una extraña lengua.

– Sólo son clientes – respondió Elene con una mueca de incertidumbre – lo único raro es la lengua en la que hablan, deben ser extranjeros.

Pronunció estas últimas palabras mientras que cogía las jarras de cerveza que Vermuith acababa de llenar, y dirigía una mueca burlona a éste.

Vermuith la contempló mientras se dirigía con paso alegre y aire distraído hacia la mesa que habían ocupado los clientes.

– Nunca cambiará – pensó Vermuith – siempre tan confiada e ingenua.

Vermuith se dirigió a la cocina a ver como andaba Sheyla con la comida.

Elene dedicó una simpática sonrisa a los recién llegados, depositó la cerveza en la mesa y…

– Bonito día para viajar – añadió mientras dejaba las jarras en la mesa y apoyaba la bandeja en su frágil cintura.

– Sí, el Astro Rey brilla hoy como nunca en el firmamento – contestó con voz gutural el que había pedido la bebida, mientras se quitaba la capucha por primera vez, dejando al descubierto un rostro de rasgos delicados pero duros y unas orejas largas y puntiagudas como las de los elfos. Su acento era extraño, Elene no logró identificarlo. En cuanto a su aspecto, era el de un elfo salvo en el color entre cobrizo y verdoso de su cabello y el color verde suave de su tez que, junto a su peculiar manera de hablar, imposibilitaba su clasificación dentro de una raza definida.

Elene se quedó muda por segundos, contemplando de arriba a abajo a aquel nuevo ser cuya apariencia le encandilaba los sentidos. Elene reaccionó en seguida, al captar que la miraba con unos vivos ojos azules esperando una respuesta. Elene se quedó petrificada, sus ojos… no eran normales. Su iris no era redondo, tenía la forma de un triángulo invertido, con dos lados curvos que miraban hacia afuera. Si Elene no recordaba mal, la forma del iris de sus ojos era igual que la de los dragones.

Esto dejó perpleja a Elene. Intentó hablar y ocultar su asombro, pero las palabras no llegaban con claridad a sus labios.

– O-oh s-si ha-ce muy bu-en tiempo h-hoy – balbuceó Elene sin poder ocultar su asombro y perplejidad. Una mirada de incertidumbre se dibujó en sus ojos . ¿Quién?, ¿cómo?, ¿por qué?, eran las preguntas que llegaban vagamente a sus labios, pero sus modales no les dejaban pronunciarlas.

En aquél mismo momento una voz sacó a Elene de sus cavilaciones, y Elene acudió rápidamente a la cocina, no sin antes haber hechado una mirada atrás. El extraño ser le dedicó una última sonrisa, mientras volvía a cubrirse la cabeza con la capucha.

– ¡Vermuith, Vermuith! – Elene llegó a la cocina muy exitada – El ser se ha quitado la capucha, no son humanos, Vermuith.

– Cálmate Elene – la tranquilizó Vermuith – esta bien, no son humanos, pero si son elfos, verdad – Vermuith estaba agitado. Lo sabía, pensó, esos seres son muy extraños.

– No, Vermuith, tamposo son elfos. Su piel es verde, y sus ojos… ¡son de reptil!

– ¡¡Draconianos!! – exclamó Vermuith.

Los ojos de Sheyla se abrieron como platos al escuchar esta palabra. No había entendido nada de la conversación, no sabía que habían llegado cinco clientes muy extraños ataviados con túnicas moradas, pero al escuchar que eran draconianos se sobresaltó. Bien, pensó, si son draconianos y sólo cinco podré acabar con ellos, teniendo un poco de ayuda, miró a Elene y a Vermuith.

– Está bien – dijo – primero hay que asegurarse, iré a echarles un vistazo – cogió la comida que habían pedido, y acababa de cocinar, y se dirigió a la parte delantera de la posada.

– Ten cuidado – murmuró Elene cuando Sheyla salía de la cocina.

– Será mejor que te tomes el resto del día libre le dijo Vermuith al observar su aspecto.

Elene estaba bastante agitada, grandes gotas de sudor le caían por la frente. Tras darle las gracias cruzó el patio y subió las escaleras hacia su aposento, allí se encerró el resto del día.

Sheyla se dirigió con paso firme y seguro hacia la mesa que ocupaban los presuntos draconianos.

– Aquí teneis vuestra comida – dijo mientras sonreía y depositaba los platos en la mesa.

Estaban hablando animadamente en la extraña lengua gutural y no se dieron cuenta de la presencia de Sheyla hasta notar el timbre femenino, distinto al que habían escuchado con anterioridad. Los cinco miraron al lugar de donde surgía la voz, y se toparon con una hermosa mujer de ojos verdes y pelo color tabaco rubio.

Cuatro de ellos no le prestaron más atención y siguieron hablando, pero el que parecía el jefe (el único que había hablado en el idioma común, y se había quitado la capucha) siguió contemplando a la hermosa Sheyla.

Sheyla percibió como unos ojos la escudriñaban desde debajo de la capucha. Ella también observaba atentamente al ser. Este dejó de prestarle atención y se dispuso a engullir el humeante asado de ciervo, plato especial de la posada. Los otros cuatro cesaron la conversación y se dispusieron a imitarle.

Sheyla observó como unas grandes manos verdes asomaban por debajo de las holgadas mangas de la túnica, que contrastaban con el morado de ésta, y se disponían a coger algo que no se encontraba en aquella mesa.

– Podría traer servilletas y cubiertos – siseó el ser mientras giraba la cabeza en dirección a Sheyla.

– Lo siento creí que no los usarían y por eso no los he traído – murmuró sinceramente Sheyla, acto seguido se dirigió pensativa a la comida.

– ¿Qué has averiguado? – la interrogó Vermuith al verla aparecer por el umbral de la cocina.

– No creo que sean draconianos, Vermuith. Es cierto que su piel es verde pero estoy segura de que no son draconianos. Es una raza que nunca antes había visto. Además, ¡me ha pedido cubiertos y servilletas! ¿cuántos clientes las han pedido alguna vez?. Si fueran draconianos, desde luego que no lo harían.

– Tienes razón – admitió Vermuith – pero si no son draconianos, ¡por el Gran Reorx! ¿qué son?

– No lo se, no lo se… – mientras cogía los cubiertos y las servilletas, atravesó la puerta de la cocina y se adentró en la parte delantera.

Mientras depositaba las servilletas y los cubiertos en la mesa, entraron en la posada seis nuevos clientes.

– Que aprovechen – añadió secamente, y se dirigió a la mesa donde se habían sentado los nuevos clientes.

Eran unos mercaderes que se dirigían al mercado de Nylo, habían parado en la posada, como lo hacían habitualmente para echar un trago.

– ¡Camarera, camarera unas cervezas para estos cansados viajeros! – gritaba uno de ellos.

Sheyla llenó las jarras del barril que había en la barra y se las sirvió.

A partir de entonces empezaron a llegar clientes a la posada y Vermuith y Sheyla olvidaron a los túnicas moradas momentáneamente. Abrumados por el trabajo tuvieron que llamar a Tyna otra camarera más joven que Sheyla.

Durante toda la tarde la posada estuvo abarrotada de parroquianos que no cesaban de consumir cerveza. Hacia las diez de la noche cuando la posada estaba casi vacía, y sólo quedaban algunos parroquianos borrachos, repararon de nuevo en los túnicas moradas que no se habían movido de su mesa en toda la tarde. Tras echar a los últimos borrachos que quedaban en la posada, Sheyla se dirigió a la mesa donde seguían los túnicas moradas.

– Lo siento – se disculpó – pero tendrán que irse, ha llegado la hora de cerrar.

– Pasaremos la noche aquí, si es posible – dijo el jefe mientras se levantaba de su silla.

– De acuerdo, sígame, tendrá que firmar en el registro.

Ambos se dirigieron hacia la barra. Vermuith estaba al otro lado, cuando los vio llegar se confirmaron sus sospechas.

– Pasaran aquí la noche – pensó mientras sacaba un libro con la cubierta roja y lo ponía sobre la barra, cogió una pluma y abriendo el libro por una página escribió la fecha.

– Señor… – inquirió Vermuith dirigiéndose hacia al ser que junto con Sheyla había llegado a la barra.

– Dragonblood, Nevil Dragonblood – dijo el ser mientras miraba lo que Vermuith escribía – cinco habitaciones por favor, añadió.

– Muy bien, tendrá que firmar aquí – le dijo Vermuith señalando un sitio en el libro. Nevil firmó – Son cinco monedas de plata por adelantado señor Dragonblood – añadió Vermuith.

– De acuerdo – contestó Nevil mientras buscaba en uno de los bolsillos de su túnica las cinco monedas de plata – aquí tiene – añadió mientras le daba las monedas a Vermuith.

– Sheyla les enseñará sus aposentos.

Nevil dirigió la cabeza donde estaban sus compañeros y con un gesto les indicó que se levantaran. Con Sheyla al frente los cinco cruzaron una puerta que estaba al lado de la cocina y llegaron directamente al patio. Subieron las escaleras hasta la segunda planta. Una vez allí, Sheyla les fue indicando a cada uno su habitación, hasta que sólo quedaron ella y Nevil.

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