Una vez hubo una mano, una mano pequeñita con cinco dedos. No era especial, aunque quizás ella si lo pensase, era una mano izquierda vulgar como todas las demas. Eso sí, como cada mano esta tenía su belleza que radicaba en lo pequeñito de la muñeca que la sujetaba y en los esbeltos dedos que de ella se prolongaban, aparte su piel era suavemente comunicativa. Como todas las manos del mundo tenía a su mejor amiga y compañera en su hermana gemela del lado derecho. Las dos se entendían a la perfección (sólo a veces) y se ayudaban mutuamente en los trabajos que eran propios de su condición: coger, tocar, palpar, acariciar…
La mano izquierda en el fondo de su dedo corazón, se sentía a veces olvidada y relegada a un segundo plano por su hermana derecha. En realidad sentía un poco de envidia porque su gemela era la que lo hacía todo, a veces le decía que era un poco egoísta. Cuando la mano izquierda criticaba a su hermana derecha, ésta le soltaba un rollo incomprensible en el que repetía sin cesar palabras como: surda (o era zurda), ambadiestra (la mano nunca lo entendió con claridad), siniestra (le sonaba a película de terror) y cosas así… Cosas que lo único que conseguían era sumirla aún más en la confusión, únicamente le quedaba la resignación…
Pero hay muchas cosas en este mundo que una mano derecha no puede hacer, y un buen día, nuestra protagonista tuvo su oportunidad estelar… y la desperdició.
Ese día las manos se fueron de marcha, porque era la feria de una ciudad que habían recorrido incontables veces con sus dedos. Todos los dedos se prepararon para la ocasión, vistieron sus mejores galas de plata y pintaron sus uñas con los más bonitos colores. Se tomaban una pequeña pausa en su trabajo que últimamente se había vuelto excesivamente duro, con su preparación para la selectividad (las manos habían sudado horrores mientras la derecha escribía sin cesar, la izquierda pasaba hojas y cogía incontables veces la goma y los lápices). Durante esas minúsculas vacaciones de tan sólo horas, las manos conocieron a otras muchas manos, tocaron infinidad de hombros, cogieron bastantes vasos y derramaron aún más, se bañaron en bebidas de todo tipo hasta que quedaron completamente exhaustas y no completamente sobrias.
Entonces las manos encontraron a otras manos amigas, unas manos grandes y masculinas con dedos largos de pianista y con unos cuantos callos. Las cuatro manos se conocían muy bien pues habían compartido muchas cosas como amigas que eran. Las manos a partir de ese momento estuvieron juntas las cuatro disfrutando del momento, a decir verdad las manos grandes y masculinas estaban enamoradas de las pequeñitas desde hacía bastante tiempo, quizás demasiado. Ese día las manos se lo pasaron en grande y cuando las grandes manos anunciaron que debían partir para cumplir con su deber, las manos pequeñitas se apenaron y dijeron que las acompañarían un rato.
Las manos pequeñas tomaron la delantera y para no perderse o en un gesto de ¿amor, amistad? la mano pequeñita izquierda, suavemente comunicativa se extendió hacia la mano derecha, grande y cálida. Las dos se abrazaron con los dedos cruzados en un abrazo cálidamente comunicativo que parecía tener un montón de cosas que contarle al mundo. El abrazo duró solo un instante, pero que a las dos manos implicadas les pareció toda una eternidad. En la mano suave el dedo índice impuso la razón y despacio y a regañadientas el resto de la mano le obedeció apartándose de la cálida mano grande que se sintió dolida. La mano izquierda huyó, desperdició su oportunidad de ser más importante que su hermana derecha. Sólo una mano izquierda puede abrazar a una derecha…
La mano masculina derecha no supo lo que sentir y ahora está confundida, pero para ella ese abrazo fruto de todo un sentimiento había significado mucho más de lo que podría imaginar. Ahora las manos grandes, masculinas, cálidas les desean a las pequeñas, suaves, comunicativas que aprueben la selectividad…