Puedo otros mundos imaginar; con los ojos cerrados; y puedo, en cambio, al despertar; no ver nada, Bunbury (Robinson)
La lluvia cae, despacio, remisa como si temiese llegar al suelo. A cámara lenta las gotas golpean, charcos y suelos, a mí, que paseo lentamente, sosegado, amoldando mis pasos al ritmo de la lluvia, fría, húmeda. Me estoy calando hasta los huesos, incluso a veces alguna gota llega aún mas lejos. Pero no me importa, su sonido me calma y el agua fría me hace sentirme vivo. Sin rumbo fijo camino hacia la deriva. Recuerdo que espero a alguien y que no llega, una hora, dos horas, tres horas. Inconscientemente sé que no vendrá y, sin embargo, sigo allí esperando sin esperar nada. Pensando, sintiéndome a mí, lo que me rodea.
Aparece al final del parque, caminando de la mano de la lluvia. Arropada en su abrigo, medio andando, medio corriendo, medio mojado. Ya está a mi lado, es hora de olvidar la lluvia, el parque, las horas, es hora de mirar su rostro, admirar la belleza que sólo yo parezco apreciar.
Asombrado la miro. El pelo se le pega al rostro, los labios morados, del frío, tiritan. Su diminuta nariz está roja y en sus ojos veo una súplica de hielo. No era a ella a quién esperaba, ¿confusión? No era ella quién tenía que hablar conmigo y, aún así, está allí. Tiritando por mí. Me alegro de que esté conmigo y al mismo tiempo me doy cuenta de que estoy soñando porque no es posible que esté allí. Demasiado bonito para ser verdad. No era a ella ¿o sí? No quiero despertar, quiero que la lluvia sea eterna, el abrazo infinito y su calidez perpetua. Quiero que sea a ella a quien espero.
No quiero despertar, y contra todos mis deseos, despierto.